Todo al verde en las Feroe: de la cascada de Gásadalur al pueblo de cuento más fotografiado de las islas

Casas de madera con hierba en el tejado, corderos que pacen en extensas praderas, torrentes que bajan de las montañas para desembocar en el mar... El archipiélago de las Feroe alberga todos los matices del verde.

Los lugares más bonitos de las islas Feroe.
Los lugares más bonitos de las islas Feroe. / Félix Lorenzo

Las Feroe son un archipiélago compuesto por 18 islas perdidas en el Atlántico Norte, entre Escocia e Islandia, que parece albergar todos los matices del verde. Solo hay una que no está habitada y pertenecen a Dinamarca, aunque desde 1948 gozan de una amplia autonomía que hace que su selección de fútbol pueda disputar competiciones internacionales. Cuando de vez en cuando un sorteo la empareja con España, la prensa de aquí se fija durante unos días en ellas, destacando que en las Feroe viven solo cincuenta mil personas y que sus jugadores son todos aficionados. Después del partido, las islas vuelven a caer en el olvido.

Cascada de Gásadalur en la isla de Vágar.

Cascada de Gásadalur en la isla de Vágar.

/ Félix Lorenzo

Cuando el avión aterriza en el pequeño aeropuerto de las Feroe, en la isla de Vágar, llaman la atención los acantilados de origen volcánico, la ausencia de bosques, los corderos que pacen en sus extensas praderas y lo muy juntas que están las islas. Tan juntas están que varias de ellas están unidas por túneles submarinos de peaje; uno de estos túneles, el que une la isla de Eysturoy con la de Streymoy, mide 11 kilómetros de largo y hasta se permite el lujo de tener en su interior una rotonda con un desvío y una instalación artística.

Al salir del aeropuerto, el verde intenso del paisaje y los muchos torrentes que bajan de la montaña para desembocar directamente en el mar sorprenden al viajero, así como el clima de unas islas donde llueve a menudo y donde el promedio de la temperatura es de 0,3 grados en enero y de 11,1 en agosto. La capital de las Feroe, donde vive aproximadamente la mitad de la población, es Tórshavn, una agradable ciudad con el mar cerca y con algunas casas de madera con hierba en el tejado, a la manera tradicional.

Fiordo de Sorvágsfiordur.

Fiordo de Sorvágsfiordur.

/ Félix Lorenzo

Allí, en un barrio que parece sacado de un cuento, están instalados algunos ministerios. No muy lejos están las rocas junto al mar en las que se reunía el primer Parlamento de estas islas de alma vikinga. Lo recuerda un alto mástil con la bandera de las Feroe. La lengua de los feroeses, por cierto, procede del nórdico antiguo y tiene mucho en común con el islandés.

En las Feroe queda claro desde el primer momento que lo pequeño es hermoso, pero también que la tradición no tiene por qué estar reñida con la modernidad. En Tórshavn, por ejemplo, vive Gudrun Rognardóttir, que con su marca Gudrun & Gudrun vende unos preciosos jerséis de lana de ovejas de las islas por todo el mundo.

También hay varios restaurantes que sirven platos de cordero y pescado con toques modernos, entre ellos el ROKS o el Barbara, ambos muy cerca del puerto. “Antes los jóvenes se iban a estudiar a Copenhague y raramente regresaban a las Feroe”, me cuenta Björn, uno de los hijos de Gudrun Rognardóttir, “pero en los últimos años la tendencia se ha invertido. Las comunicaciones han mejorado y esto ha hecho que muchos se instalen en Tórshavn. La ciudad ha crecido y los alquileres están ahora por las nubes. Por eso hay jóvenes que prefieren instalarse en las islas vecinas. Si trabajan en Tórshavn, tienen que pagar cada día el peaje de los túneles, pero compensa”.

Estatua de Kópakonan en el pueblo de Mikladalur.

Estatua de Kópakonan en el pueblo de Mikladalur.

/ Félix Lorenzo

En las otras islas hay muchos lugares espectaculares donde elegir. Y es que la naturaleza raramente defrauda en las Feroe. Recuerdo que en mi primer viaje, tras aterrizar en el aeropuerto, el guía que nos esperaba, Sigurd, nos propuso, antes incluso de ir al hotel, aprovechar que hacía buen tiempo para ir a Gásadalur, una de las atracciones estrella de las islas. “Aquí cuando hace sol no hay que dejarlo pasar”, nos dijo con una sonrisa. A los pocos minutos entendimos lo que quería decir: la carretera avanzaba por un largo fiordo, con el mar a un lado y la isla de Mykines más allá.

El sol hacía que luciera un verde esplendoroso y de vez en cuando aparecían unas casas pintadas de colores alegres, con el tejado cubierto de hierba. Los corderos pacían por la montaña sin aparente control, aunque la principal riqueza de las Feroe se basa actualmente en las granjas de salmones. 

Antes del túnel que lleva al pueblecito de Gásadalur, Sigurd aparcó el coche y nos propuso subir por el antiguo camino del cartero. “El túnel mide 1.400 metros y se inauguró en 2006”, nos contó, “pero antes el cartero hacía este camino tres veces por semana para llevar el correo a los ocho habitantes de Gásadalur. Ya veréis que aquí nos gustan mucho los túneles”.

De la cascada de Gásadalur al pueblo de Gjögv

Al empezar a subir por el monte, bajó de repente la niebla y se puso a lloviznar. “Este es el clima de las Feroe”, se rio Sigurd. “Nunca te puedes fiar.” Al descender por el otro lado, sin embargo, la niebla se disipó y apareció una estampa preciosa: las pocas casas del pueblo de Gásadalur precedidas de unos prados verdes donde pacían las ovejas, con una cascada de cola de caballo que caía directamente sobre el mar.

Tejado tradicional con hierba y vistas del islote de Tindhólmur al fondo.

Tejado tradicional con hierba y vistas del islote de Tindhólmur al fondo.

/ Félix Lorenzo

La cascada es la postal por excelencia de las Feroe. En ella se resume la abundancia de agua del país, el verde omnipresente y una belleza natural que en algunos momentos recuerda la de Islandia, aunque en las Feroe no hay ni volcanes ni glaciares. En la vecina isla de Mykines, a la que hay que llegar en ferry o en helicóptero, un trekking no muy largo hasta el faro permite admirar gran número de aves, incluidos los frailecillos que allí anidan. Lástima que en los últimos años algunos turistas poco respetuosos han molestado a estas graciosas aves de colores y el Gobierno se ha visto obligado a limitar el número de visitantes a la isla.

En muchos momentos el viaje por las Feroe se convierte en una road movie en la que el mar y el verde nunca se pierden de vista. Los largos fiordos, los túneles bajo el mar y los pueblos ensimismados amenizan el recorrido. En la isla de Eysturoy hay un pueblecito precioso que le disputa a Gásadalur el honor de ser el lugar más fotografiado de las islas. Se trata de Gjögv, con unas cuantas casas de colores junto al mar y un antiguo puerto de pescadores que es como un gran tajo en la roca. A partir de allí se puede hacer un trekking por una costa abrupta, sin perder nunca de vista el mar y los constantes cambios de luz.

Casas típicas en el puerto de Tórshavn.

Casas típicas en el puerto de Tórshavn.

/ Félix Lorenzo

Una lápida para James Bond

En la isla siguiente, Bordoy, se encuentra la ciudad de Klaksvik, con un gran puerto en el que un pescador llamado Rovig nos invita a comer exquisiteces de las Feroe: salmón, por supuesto, arenques marinados y carne de ballena. Tanto él como su esposa se muestran acogedores con los extranjeros y comentan que en las islas se vive bien, aunque los inviernos son oscuros y largos. De todos modos, quedan atrás los tiempos en que se sentían aislados en medio del Atlántico. “Yo me embarco de vez en cuando en pesqueros de Galicia para ir a pescar cangrejos de las nieves en Groenlandia, pero siempre regreso”, nos cuenta Rovig mientras bebíamos cerveza de las Feroe. Y mientras habla, nos parece ver en él el espíritu de los antiguos vikingos.

Vistas panorámicas en la isla de Eysturoy.

Vistas panorámicas en la isla de Eysturoy.

/ Félix Lorenzo

Del puerto de Klaksvik sale un ferry que lleva a la vecina isla de Kalsoy, donde se filmó la parte final de la película de James Bond Sin tiempo para morir. Hasta hace poco la isla era famosa por su naturaleza y por los caminos que discurren junto a los acantilados, pero en los últimos tiempos la principal atracción es una lápida en las que puede leerse el nombre del espía más famoso del cine. Los turistas hacen cola para fotografiarse junto a ella.

Kirkjubour: 17 generaciones en la misma casa

Hay más pueblos ensimismados en las Feroe, por supuesto, como Kirkjubour, donde viven unos 70 habitantes. Se encuentra en la isla de Streymoy, no muy lejos de Tórshavn, y sorprende ver los muros de una catedral inacabada junto al mar. Allí nos recibe Jóannes Patursson, un joven de aspecto vikingo que vive en una de las casas más antiguas de las Feroe junto con su esposa y sus cuatro hijos. “La casa data del siglo XIV, pero en el XVIII la destruyó un alud y se reconstruyó en parte. Yo pertenezco a la generación número 17 de la misma familia.”

Casas tradicionales en Tinganes, el casco antiguo de la capital Tórshavn.

Casas tradicionales en Tinganes, el casco antiguo de la capital Tórshavn.

/ Félix Lorenzo

La gran sala del interior, donde se hace vida comunitaria, se llama Roykstovan, “sala del humo”. Data de 1557, cuando todas las casas de las Feroe tenían salas como esta, con un gran fuego en el centro para cocinar y calentar la sala. La preside una mesa larga y de las paredes cuelgan las cuerdas que utilizaban para coger huevos de los acantilados y los arpones para cazar ballenas. “Tenemos 350 corderos”, comenta Jóannes. “Dan mucho trabajo, ya que están sueltos por la montaña, pero cuatro veces al año hay que reunirlos para esquilarlos y medicarlos. Últimamente el turismo ayuda. De vez en cuando asamos un cordero y vienen grupos a cenar, la mayoría noruegos. Sin embargo, para ver cómo se vivía antes vale la pena leer el libro que escribió mi abuelo, cuando en la granja vivían 40 personas. La vida aquí era muy dura, pero mis antepasados lograron sobrevivir.”

Suduroy, la isla más al sur

Para ir a la isla que está más al sur, Suduroy, hay que embarcarse en un ferry en el puerto de Tórshavn. La travesía dura unas dos horas, pero en 2030 está previsto inaugurar un túnel submarino de peaje de 26 kilómetros de largo. En el pueblo de Hvalba nos hospedamos en una antigua casa de tres plantas, rodeada de un pequeño jardín y decorada con muebles de época. El propietario, Johan Simonsen, es un joven que nos cuenta que en ella ha querido homenajear a su abuela, que era de este pueblo. Johan ha viajado mucho, y lo sigue haciendo en invierno, pero en verano le apetece volver a las islas. Los retratos de época, la biblioteca, la cocina y el comedor permiten ver cómo era una buena casa de las Feroe tiempo atrás. 

Escultura delante del Paname Café en Tórshavn.

Escultura delante del Paname Café en Tórshavn.

/ Félix Lorenzo

Una carretera recorre de punta a punta esta isla en la que viven unas 4.500 personas. Por el camino hay varios túneles, por supuesto. Nos detenemos en un pueblo precioso del extremo norte, Sandvik, rodeado de verde y de mar. Vamos después hacia Vagur, donde hablamos con Theresa Turidardóttir, propietaria del Hotel Bakki. “Trabajé varios años en turismo en Tórshavn, pero en 2011 heredé este hotel de mi tía y lo estoy renovando para fomentar el turismo en la isla de Suduroy”, nos cuenta.

“En las Feroe no queremos muchos turistas, como pasa en Islandia o en Tórshavn. Preferimos un turismo que camine por la montaña, que entre a fondo en la isla y que aporte beneficios a sus habitantes.” Al final de la carretera, aparcamos el coche y caminamos hasta la punta sur, hasta el faro de Akraberg. Estamos en el extremo sur de las Feroe, con una niebla que oculta parcialmente unos acantilados llenos de aves que planean. Los corderos aprovechan cualquier rincón verde. Más allá del faro se extiende la inmensidad del mar.

Cena en Hvalba

Pasear por la isla de Suduroy, siempre que la lluvia lo permita, es un placer. El verde y el mar están por todas partes y en los acantilados las aves parecen jugar con el fuerte viento. De vez en cuando, la niebla corre un tupido velo, pero no tarda en retirarse. Por la noche, Johan Simonsen nos obsequia en su casa de Hvalba con una buena cena. Ha invitado a su primo, Björn, hijo de Gudrun Rognardóttir, de Gudrun & Gudrun de Tórshavn.

Cena de productos de la zona en un barco amarrado en el puerto de Klaksvik.

Cena de productos de la zona en un barco amarrado en el puerto de Klaksvik.

/ Félix Lorenzo

Nos cuenta que estudia Ciencias Políticas en Copenhague y que le gustaría ser diplomático, pero que le encanta volver a las Feroe. “He llegado esta mañana porque ayer por la tarde había tanta niebla que el piloto optó por regresar a Dinamarca”, se lamenta. “Los pilotos de Atlantic Airways, la compañía de las Feroe, conocen tan bien el aeropuerto que rara vez dan media vuelta, pero viajé con SAS, una compañía nórdica cuyos pilotos no lo tienen tan claro”.

Unos manteles con encajes cubren la mesa y Johan también ha puesto platos y cubiertos antiguos. Le encanta coleccionarlos y no pasa por alto ningún detalle. Mientras cenamos, él se queda en la cocina, esmerándose para que todo salga a la perfección. Nos sirve ensalada, un cordero al horno delicioso y, de postre, pastel de ruibarbo. Para beber, vinos blancos y negros en botellas de cristal. 

Cuando al final del banquete nos pregunta qué nos ha parecido, le digo que todo estaba muy bien, tanto que me ha recordado una excelente película danesa, El festín de Babette. Johan se hincha de satisfacción mientras Björn ríe.

En las Feroe saben cuidar los detalles. 

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